Sólo Rahab y su familia fueron librados, y ellos también fueron librados, como parte de la posesión de Dios. El Príncipe de los ejércitos del Señor se apareció a Josué, indicando que la captura de Jericó era la batalla de Dios, y todo allí dentro, si mantenido vivo o destruido, pertenecía sólo a Dios (Jos. 5:13-15). Después de la destrucción de Jericó, Rahab y su familia fueron mantenidos por un tiempo "sin (o fuera) del campamento de Israel" (Jos. 6:23), hasta que pudieran cumplir con el ritual de la purificación requerido de los miembros del pacto, es decir, la circuncisión, el sacrificio, etc. Sin embargo, en virtud de su rescate y la separación como los primeros frutos de Dios, Rahab y su familia tenían una santidad imputada y fueron, como el oro, la plata y los vasos, sagrados y puestos aparte para el Señor. Rahab por lo tanto entró a Israel con una doble condición, como una ex-prostituta y también como una con una santidad particular como el primer fruto de Dios de Canaán.
El sacrilegio, sin embargo, se cometió en la conquista de Jericó:
Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel. (Jos. 7:1).
Como resultado de este sacrilegio cometido por un hombre, al representar a la nación, la nación misma sintió el impacto del juicio de Dios. Como procuraron capturar a Hai, no una ciudad portante, se encontraron inesperadamente derrotados. Josué, como Israel, estaba listo para culpar a Dios por haberlos abandonado (Jos. 7:6-9). Esta fue una afirmación de causalidad: Dios como la causa final fue el responsable de la derrota de Israel. El Señor en su rechazo de la oración de Josué, afirmó la causalidad también, aunque no niega su causalidad final sino que la afirma. El enfáticamente establece la causa próxima o inmediata como responsable: Israel había pecado y había cometido un sacrilegio en la batalla de Jericó (Jos. 7:10-15). Fue pecado mirar sólo a la causalidad final de Dios: la realidad de las causas inmediatas, de las causas humanas, no se pueden negar o dejar de lado. La causalidad de Dios es operativa porque hay justicia. Por lo tanto, donde el juicio de Dios aparece, el hombre debe buscar primero al factor humano con el fin de determinar por qué Dios ha traído juicio para soportar en una nación.
... Siempre y cuando un país tiene un remanente salvo cuyas obras invocan las bendiciones de Dios, la maldición está a esa extensión limitada. Actualmente, sin embargo el remanente salvo es pequeño en todas partes. Desde entonces, el sacrilegio ha proliferado, no sólo con las revoluciones francesa y rusa, sino con el estatismo creciente en todas las naciones, por el cual el Estado reclama los primeros frutos. La maldición para la reconstrucción de Jericó fue efectiva 520 años después de haber sido pronunciada, no hay razón para creer que Dios, desde entonces ha tenido lapsos de memoria en lo que se refiere a un sacrilegio. Los diezmos, ofrendas, tierras y otras propiedades pertenecen a Dios no pueden ser enajenados de él. No hay lapsos de memoria con Dios, y la demanda por la restitución por lo tanto permanece.
Lo que pertenece a Dios no puede ser alienado de Dios. Es su derecho, y él lo requiere. Lo que se ha tomado de Dios debe ser restaurado a Dios, porque cada regalo dado a Dios es inalienablemente suyo, o el valor total del mismo. No es moralmente posible sostener que, porque estamos bajo la gracia, podemos ignorar las leyes de sacrilegio, la restitución y la restauración. Hemos sido redimidos por la gracia soberana de Dios, no que ahora debemos agravar o continuar en el pecado de la incredulidad y la rebelión, sino que "la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu"(Rom. 8:4).
Desobedecer a Dios es invitar la maldición, y la maldición sobre el sacrilegio es especialmente severa. Un momento de juicio es también un momento de redención, ya que libra a los guardadores del pacto de los impíos y mejora su bendición.
Por R.J. Rushdoony Extractos tomados de La Ley y La Sociedad pg. 41
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SACRILEGE AND JUDGMENT
According to the law, the first-fruits belong to God, whether of the fruits of the field, in the production of liquors or anything else, or of the sons born to a woman (Ex. 22:29,30). Like the tithe, the first-fruits belong to God, and to deny them to Him is sacrilege. As a result, when Israel entered Canaan, not only was there a tithe of conquered things, but the first conquered city belonged entirely to God. Jericho was thus set apart in advance as a dedicated city. All its silver and gold, and all its vessels of brass and iron, had to go "into the treasury of the LORD" (Josh. 6:19). However, because of the iniquity of Canaan, God's judgement in full had to fall upon Jericho. They had to destroy utterly "all that was in the city, both man and woman, young and old, and ox, and sheep, and ass, with the edge of the sword," and to burn everything else totally (Josh. 6:21,24).
Only Rahab and her household were spared, and they too were spared as part of God's possession. The Prince of the host of the Lord had appeared to Joshua, indicating that Jericho's capture was God's battle, and everything therein, whether kept alive or destroyed, belonged to God alone (Josh. 5:13-15). After the destruction of Jericho, Rahab and her household were kept for a time "without (or outside) the camp of Israel" (josh. 6:23), until they could meet the ritual purification required of members of the covenant, i.e., circumcision, sacrifice, etc. However, by virtue of their rescue and separation as God's first-fruits, Rahab and her household had an imputed holiness and were, like the gold, silver, and the vessels, sacred and set apart for the Lord. Rahab thus entered Israel with a double status, as an ex-prostitute and also as one with a particular sacredness as God's first-fruit of Canaan.
Sacrilege, however, was committed in the conquest of Jericho:
But the children of Israel committed a trespass in the accursed thing: for Achan, the son of Carmi, the son of Zabdi, the son of Zerah, of the tribe of Judah took of the accursed thing: the anger of the LORD was kindled against the children of Israel. (Josh. 7:1).
As a result of this sacrilege, committed by one man while representing the nation, the nation itself felt the impact of God's judgement. As they sought to capture Ai, not an important city, they found themselves unexpectedly defeated. Joshua, like Israel, was ready to blame God for deserting them (Josh. 7:6-9). This was an assertion of causality: God as the ultimate cause was responsible for Israel defeat. The Lord in His rejection of Joshua's prayer, asserted causality also; while not denying His ultimate causality bur rather affirming it. He emphatically set forth the proximate or immediate cause as responsible: Israel had sinned and had committed sacrilege in the battle of Jericho (Josh. 7:10-15). It was sin to look at God's ultimate causation: the reality of proximate causes, of human causes, cannot be denied or set aside. God's causality is operative because there is justice. Thus, where God's judgement appears, man must look first to the human factor in order to determine why God has brought judgment to bear on a nation.
...As long as a land has a saving remnant whose works invoke God's blessings, the curse is to that extent limited. Today, however the saving remnant is everywhere small. Since then, sacrilege has proliferated, not only with the French and Russian Revolutions, but with the growing statism in all nations, whereby the state claims the first-fruits. The curse for rebuilding Jericho was effective 520 years after it was pronounced; there is no reason to believe that God since then has had lapses of memory where sacrilege is concerned. Tithes, offerings, lands, and other properties belong to God cannot be alienated from Him. There are no lapses of memory with God, and the demand for restitution therefore remains.
What belongs to God cannot be alienated from God. It is His right, and He requires it. What has been taken from God must be restored to God, because every gift given to God is inalienably His, or the full value thereof. It is not morally possible to hold that, because we are under grace, we can disregard the laws of sacrilege, restitution, and restoration. We have been redeemed by God's sovereign grace, not that we should now aggravate or continue in the sins of unbelief and rebellion, but "that the righteousness of the law might be fulfilled in us, who walk not after the flesh, but after the Spirit" (Rom.8:4).
To disobey god is to invite the curse, and the curse on sacrilege is specially severe. A time of judgement is also a time of redemption, in that it delivers the covenant-keepers from the ungodly and enhances their blessing.
By R. J. Rushdoony Excerpts taken from Law and Society p. 41