Friday, June 7, 2013
El Pecado Supremo
Lo básico para el pecado supremo es el deseo de reformar a los demás y conformarlos a nuestras ideas y esperanzas. Muy a menudo en nuestros días este pecado es proclamado como una virtud.
Lo que significa simplemente es que tratamos de jugar a ser dios y cambiar a otras personas para que se adapten a nosotros. Las personas que tienen problemas para llevarse bien con su familia, sus compañeros de trabajo, o de su comunidad a menudo son culpables de este pecado, lo que significa que están tratando de jugar a ser dios.
A ti y a mí no se nos pide cambiar a otras personas. Sólo Dios puede hacer eso. Lo que podemos hacer, por la gracia de Dios, es cambiar nosotros mismos para conformarnos a su Palabra y llamado. Esto significa ver la necesidad del cambio en nosotros mismos, más que en otros, y dejar la reforma de otros a Dios a través del ministerio de su Palabra.
Hoy en día, por supuesto, este no es popular. La idea común de una persona noble, político o figura religiosa es de un hombre que, por la legislación y el poder policial, con los fondos de los impuestos trabaja día y noche para cambiar a otros, nunca a sí mismo.
El pecado supremo es anti-cristiano hasta el tuétano. Pone el poder de cambiar a los hombres en las manos del hombre, no de Dios. Le da al hombre el supuesto derecho de controlar a sus semejantes en cuanto a sus ideas de reforma social y personal.
No tenemos derecho a pedir a la gente a conformarse a nuestra voluntad e ideas. Tenemos la responsabilidad de convocarlos a conformarse a la Palabra y el llamado de Dios. Dios mismo nos conforma a la imagen de su Hijo (Ro. 8:29), y nos exige a través de San Pablo "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Ro. 12:2). Por Su gracia soberana, Él nos hace "conformables" a la muerte de su Hijo (Fil. 3:10). Para que podamos morir a nuestra propia justicia y nuestras ideas de reformar el mundo, y estar en cambio vivos a la justicia de Dios en Cristo, y estar conformados a Su Palabra.
La próxima vez que escuches a un hombre proponer reformarte, el Estado, el mundo y todo a la vista, míralo como lo que es: el pecador supremo, un aspirante a dios, y un profanador de la creación. Y ten cuidado, cuando veas a tal hombre, que no lo descubras en tu espejo.
Por R.J. Rushdoony Extracto tomado de Una Palabra Oportuna pg. 1
http://chalcedon.edu/
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The Ultimate Sin
Basic to the ultimate sin is the desire to reform others and to conform them to our ideas and hopes. Too often in our day this sin is proclaimed as a virtue.
What it means simply is that we try to play god and to change other people to suit ourselves. People who are having problems getting along with their family, their fellow workers, or their community very often are guilty of this sin, which means they are trying to play god.
You and I are not asked to change other people. Only God can do that. What we can do, by God's grace, is to change ourselves to conform to His Word and calling. This means seeing the need to change in ourselves, rather than in others, and leaving the reformation of others to God through the ministry of His Word.
Today, of course, this is unpopular. The common idea of a noble person, statesman, or religious figure is of a man who, by legislation and police power, with tax funds works day and night to change others, never himself.
The ultimate sin is anti-Christian to the core. It places the power to change men in the hands of man, not God. It gives to man the supposed right to control his fellow men in terms of his ideas of social and personal reform.
We have no right to ask people to conform to our will and ideas. We do have the responsibility to summon them to conform to God's Word and calling. God Himself conforms us to the image of His Son (Rom. 8:29), and requires us through St. Paul to "be not conformed to this world: but be ye transformed by the renewing of your mind, that ye may prove what is that good, and acceptable, and perfect, will of God" (Rom. 12:2). By His sovereign grace, He makes us "conformable" unto the death of His Son (Phil. 3:10). So that we die to our self-righteousness and our ideas of reforming the world, and are instead alive to the righteousness of God in Christ, and are conformed to His Word.
The next time you hear a man propose to reform you, the state, the world, and everything in sight, look at him for what he is: the ultimate sinner, a would-be god, and a defiler of creation. And be careful, when you see such a man, that you do not spot him in your mirror.
by R. J. Rushdoony Excerpt taken from A Word in Season p. 1
http://chalcedon.edu/
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