Friday, March 7, 2014

La Justicia Propia

  
Hace algunos años, tuve como vecinos a una pareja joven con serios problemas. La esposa era totalmente irresponsable. Ella tenía una bonita casa, tres lindos hijos, un esposo fiel y dedicado, y ayuda doméstica con las tareas del hogar a tiempo parcial. El marido y la empleada doméstica hacían gran parte del trabajo, y la esposa a veces desaparecía durante la noche, especialmente los fines de semana, con uno u otro "novio". Cuando el muy paciente marido finalmente amenazó acción legal y el divorcio, la mujer dijo, con un poco de cólera, "¿Cómo me puede hacer esto, después de todo lo que he hecho por él?" Su actitud fue que todo lo que hizo por él era un favor y que ¡debería estar agradecido!

   
No hace mucho tiempo, un joven mostró una reacción similar. Sus padres le habían proporcionado con una educación de excelencia, le ayudaron a comprar una casa igual a la suya, y él y su esposa recibieron unas vacaciones a Hawai, un carro nuevo cada tres años y aún más, sin embargo, él no cumplió con sus responsabilidades ordinarias como hombre. Cuando el padre exigía alguna acción responsable por parte del joven y su esposa, el hijo rechazó airadamente el consejo. "¿Qué has hecho tú por mí todos estos años?", se quejó. "Tú siempre estuviste demasiado ocupado para pasar tiempo conmigo antes, y ahora deseas manejar mi vida." Al hijo le habían dado una vida de hogar buena y disciplinada, una educación excelente, todo el tiempo y la atención que su padre podía permitirse, y más que un poco de dinero, pero ¡aún él podía quejarse!

   
La raíz de esta enfermedad moral es la justicia propia. El hombre con justicia propia ve todo mal con Dios, el mundo, y su familia, y nada de malo en sí mismo. El hombre con justicia propia tiene una respuesta revolucionaria a todos los problemas: todo a su alrededor tiene que cambiar, y él tiene que seguir siendo el mismo. Por definición, él mismo es el estándar
supremo y el juez. El orden social debe ser revocado, sus padres despreciados, toda autoridad burlada, pero él insiste en seguir siendo el mismo: él está muy contento con su propia perfección.

  
Ellos están muy equivocados, seriamente y cruelmente equivocados, estos hombres que nos dicen que estos revolucionarios, viejos y jóvenes, en la política o en nuestros colegios, son jóvenes idealistas lindos. Son, más bien, tontos de justicia propia, dedicados a la proposición de que todo el mal está en el mundo alrededor de ellos y toda la justicia está en ellos mismos.

   
Esta es la razón por la que la Escritura es tan enfática al declarar que ningún hombre es salvo por la justicia propia, "por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado" (Gl. 2:16). Ningún hombre gana una salvación haciéndola uno mismo o la perfección. La salvación es la obra de Dios en el hombre, la justicia de Dios, no la justicia del propio esfuerzo del hombre. El hombre salvo busca conformarse a la Palabra y la voluntad de Dios; el hombre con justicia propia busca conformar a Dios y al mundo a su palabra y voluntad. El hombre con justicia propia hace su propia voluntad su ley; él reemplaza la ley de Dios con tradiciones hechas por el hombre de su propia invención.

   
Hoy en día, la justicia propia se ha convertido en virtud, viejos y jóvenes ocupados cultivándola. Estamos en problemas. El mundo de la justicia propia es un mundo de anarquía. La historia de la joven esposa tiene veinte años: algunos, pero no muchos, se aliaron con ella en aquella época. La historia del joven ocurrió el año pasado, la mayoría de las personas se aliaron con el hijo. Después de todo, dijeron, el hijo no es un criminal, y el padre debería estar agradecido; ¿a quién más le va a dejar su dinero?

   
Salomón describió a esta gente desde hace mucho tiempo: "Hay una generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado su inmundicia" (Pr. 30:12). El destino de estas personas debe ser eliminado de la historia por el juicio de Dios.


 Por R.J. Rushdoony  Extracto tomado de Una Palabra Oportuna pg. 3

  http://chalcedon.edu/
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Self-Righteousness

   Some years ago, I had as neighbors a young couple with serious problems. The wife was thoroughly irresponsible. She had a lovely home, three fine children, a faithful and devoted husband, and part-time help in housework. The husband and the help did much of the work, and the wife sometimes disappeared over night, especially on weekends, with one or another "boy friend." When the all too patient husband finally threatened court action and a divorce, the wife said, in some anger, "How can he do this to me, after all I've done for him?" Her attitude was that anything she did for him was a favor and he should be grateful!
   Not too long ago, a young man showed a similar reaction. His parents had provided him with an excellent education, helped buy him a house equal to theirs, and given him and his wife a vacation to Hawaii, a new car every third year and still more, yet he failed to meet his ordinary responsibilities like a man. When the father demanded some responsible action from the young man and his wife, the son angrily rejected the advice. "What have you ever done for me all these years?" he complained. "You were always too busy working to spend time with me before, and now you want to run my life." The son had been given a good, disciplined home life, an excellent education, as much time and attention as his father could afford, and more than a little money, but he could still complain!
   The root of this moral sickness is self-righteousness man sees everything wrong with God, the world, and his family, and nothing wrong with himself. The self-righteous man has a revolutionary answer for all problems: everything around him must change, and he must remain the same. By definition, he himself is the ultimate standard and judge. The social order must be overturned, his parents despised, and all authority flouted, but he insists on remaining the same: he is very pleased with his own perfection.
   They are very wrong, seriously and viciously wrong, these men who tells us that these revolutionists, old and young, in politics or in our schools, are fine young idealists. They are, rather, self-righteous fools, dedicated to the proposition that all evil is in the world around them and all righteousness is in themselves.
   This is why Scripture is so emphatic in declaring that no man is saved by self-righteousness, "for by the works of the law shall no flesh be justified" (Gal. 2:16). No man gains a do-it-yourself salvation or perfection. Salvation is the work of God in man, God's righteousness, not man's self-made righteousness. The saved man seeks to conform himself to the Word and will of God; the self-righteous man seeks to conform God and the world to his word and will. The self-righteous man makes his own will his law; he replaces the law of God with man-made traditions of his own devising.
   Today, self-righteousness has been made a virtue, old and young busily cultivating it. We are in trouble. The world of self-righteousness is a world of anarchy. The story about the young wife is twenty years old: some, but not too many, sided with her then. The story of the young man comes from last year; most people sided with the son. After all, they said, the son is not a criminal, and the father should be grateful; who else is he going to leave his money to?
   Solomon described these people long ago:"There is a generation that are pure in their own eyes, and yet is not washed from their filthiness" (Prov. 30:12). The destiny of such people is to be washed out of history by God's judgement.

By R. J. Rushdoony     Excerpt taken from A Word in Season p. 3        

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